jueves, 10 de agosto de 2017

LOS CONVENTILLOS ...







La falta de proporción existente entre la llegada de inmigrantes y el alojamiento insuficiente impulsó la construcción de gran cantidad de CONVENTILLOS con un elevado grado de hacinamiento y deficiencias sanitarias.

Habitaciones de madera y zinc de 4 x 5 metros por lado y 2,5 a 4 de altura, donde vivían entre 4 y 11 personas, sin aire y luz. Muchos de esos edificios con capacidad para 50 personas alojaban a más de 200. Las habitaciones tenían puerta y a veces ventanas o banderolas, que daban a un patio central en la planta.



En esas habitaciones vivían, comían, dormían amontonados y las utilizaban como talleres donde costureras, planchadoras, armadoras y sastres se dedicaban al sistema de “trabajo a domicilio”. El hacinamiento estaba agravado por el precario o inexistente servicio sanitario, que dio origen a verdaderos focos de enfermedades infecto contagiosas como el cólera y la tuberculosis.


Los cuartos de baño eran escasos y difícilmente podía bañarse la décima parte de las personas que allí habitaban. Bañarse en el conventillo no era fácil, con baño para 100 personas. Además, los baños permanecían abiertos pocas horas al día y todos debían lavarse en un tiempo muy corto. Las letrinas eran escasas y mal aseadas. El 20% de los conventillos de la ciudad de Buenos Aires no poseían baños ni letrinas de ninguna clase.
La falta de cocinas obligaba a los inquilinos a usar braseros, que se encendían en los patios junto a las puertas de las piezas; de esa manera, a la hora del almuerzo o cena, estaban encendidos en el mismo patio, 20 a 30 braseros. Los problemas se agravaban en los días de lluvia, porque los inquilinos cocinaban dentro de los cuartos. Cuando los ocupantes de una pieza eran verduleros o vendedores de pescado y no conseguían vender toda la mercadería, lo que sobraba era llevado a la habitación, cuya atmósfera se saturaba con las emanaciones de pescado, frutas y verduras pasadas.


El patio del conventillo era el espacio común de todos los inquilinos, donde se debía compartir la pileta de lavar, la soga de tender la ropa, la ducha y la letrina, lo que en muchas ocasiones provocó frecuentes peleas. En las mañanas de verano el conventillo era invadido por vendedores ambulantes y repartidores que llevaban provisiones como pan, leche, carne y verduras, entregadas de puerta en puerta o en pleno patio. Pero la mayoría de las mujeres prefería ir a los mercados y almacenes para comprar a más bajo precio. Entre las 11 y las 11.30 horas estaba listo el almuerzo para los hombres, quienes regresaban sus tareas una hora más tarde. Las horas de la tarde eran muy ruidosas, cuando los niños regresaban de la escuela. A las 21.30 reinaba el silencio en el conventillo. Las ordenanzas prohibían lavar ropa en los conventillos por motivos de higiene pública. 


El patio también fue testigo de fiestas y bailes , que se realizan los domingos por la tarde...

El conventillo tomaba una fisonomía pintoresca y alegre. Los moradores dedicaban mayor tiempo a su aseo personal, para vestir ropas de días de fiesta.




 Por la tarde, salían a la puerta de su habitación y los que sabían tocar un instrumento ejecutaban las piezas de su repertorio, mientras otros bailaban. La fiesta duraba hasta el anochecer. 


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